sábado, 1 de enero de 2011

La Casa


Todo está anclado igual que hace casi cuarenta años, cuando se mudaron allí. Modificarle algo es como programar un cambio a futuro.
La habitación, con los muebles que rechinan con un ritmo exuberante. El espejo, que aún conserva el ramito de olivo de la última pascua, y un llavero empolvado de años, que, por alguna razón, nadie sacó de allí desde que algún sobrino mezquino lo trajo de algún país centroamericano, de aires salados.
Dos mesas de luz: una con caramelos escondidos. La otra, no sé. La magia está en el misterio de no saberlo.
La habitación del hijo, ya casado, donde fueron a parar todas las cosas que no podían estar en el resto de la casa. Una vieja máquina Singer, que guarda las historias de dos piernas cansadas, que, sin embargo, pedaleaban hasta que el retazo de tela se convirtiera en mantel.
El patio, con la higuera al medio, ha sido testigo de cada mañana, durante medio siglo. Un jazmín chileno que perfuma con presente y pasado.
La radio sobre la aparador, que nadie tenía permiso para tocar. Los roperos, ahora vacíos. Las paredes, que parecen respirar.
Sin embargo, las sillas están desocupadas, y aunque todo conserve su olor, aunque cada cosa esté en su lugar, esperándolos en vano; aunque cada rincón esté tal cual lo dejaron, y reconforte la tranquilidad del jardín; es inevitable darse cuenta de que la casa murió junto con ellos.

@strellasalerno


No hay comentarios:

Publicar un comentario